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Opinión

El Arte de la Guerra. Por Raúl Saucedo

Una Guía Perenne para el Mundo Político

El libro «El Arte de la Guerra» del estratega militar chino Sun Tzu ha perdurado a lo largo de los siglos como un compendio de sabiduría estratégica. Y tal parece que el pasado fin de semana dio muestra de su uso en el conflicto entre Rusia y Ucrania, es por ello que sus enseñanzas milenarias tienen una aplicación sorprendente en el ámbito político contemporáneo.

Sun Tzu nos recuerda que la verdadera victoria no radica en la destrucción total del enemigo, sino en la capacidad de lograr nuestros objetivos con el menor costo posible. En el escenario político, esto se traduce en buscar soluciones diplomáticas y negociadas en lugar de confrontaciones destructivas. La habilidad de un líder radica en su capacidad para encontrar el equilibrio entre el poder y la persuasión. sin lugar a duda el presidente ruso y su aliado bielorruso lograron su objetivo o ¿alguien lo duda?

La premisa central de Sun Tzu, es una guía fundamental para los políticos. Comprender las motivaciones, las aspiraciones y las debilidades de los oponentes permite desarrollar estrategias eficaces. Sin embargo, el autoconocimiento también es crucial para evitar errores y jugar con ventaja en la guerra y en la política.

Amable lector analice estas frases del libro estratégico de Sun Tzu y adecúelas al momento que visualizaba el “golpe de estado” en Twitter o en la televisión…

«La guerra es un asunto de vital importancia para el Estado; es el dominio de la vidao de la muerte, el camino hacia la supervivencia o la pérdida del Imperio».
• «El arte de la guerra se basa en el engaño».
• «El guerrero victorioso vence primero y luego va a la guerra, mientras que
elguerrero derrotado va primero a la guerra y luego busca la victoria».
• «La estrategia sin tácticas es el camino más lento hacia la victoria».

El libro también nos recuerda la importancia de la información y la inteligencia, destacando la necesidad de recopilar datos precisos y analizarlos de manera estratégica. En el mundo político actual, el acceso a información confiable y la capacidad de evaluar la crítica son fundamentales para tomar decisiones acertadas y tal parece que mientras la noticia sucedía en Rostov la mayoría de la información consumida en el mundo daba por hecho algo que al análisis parece distante.

 

El conflicto entre Rusia y Ucrania avecina como cualquier guerra tiempos difíciles para quien padece el manifiesto humano, pero para la mayoría de la población mundial como espectadores le avecina episodios merecidos de Netflix maquilados y consumados en la guerra mediática de las pantallas en la que quizá usted sostiene en sus manos.

Twitter: @Raul_Saucedo
Mail: rsaucedo@uach.mx

Opinión

Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

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