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Escriben nombres de víctimas de feminicidio en vallas del “muro de la paz” que rodea Palacio Nacional

El “muro de la paz” que consta de vallas metálicas de más de tres metros de altura, colocadas al exterior del Palacio Nacional, en la Ciudad de México, fue pintado con los nombres de víctimas de feminicidio.

Durante la noche de este seis de marzo, la colectiva feminista Brujas del Mar informó que algunas mujeres usaron pintura blanca para recordar los nombres de algunas víctimas de murieron debido a violencia de género que se vive en el país.

“No hay forma de callar los justos reclamos de las mujeres, por más que lo intenten. Intervención de las compañeras de CDMX en el muro que rodea el Palacio Nacional, enlistando los nombres de las víctimas de feminicidio en el país”, dijeron.

Entre los nombres que se pueden leer está el de Ingrid Escamilla, un caso que causó conmoción en todo el país en febrero del 2020, pues fue desollada en su casa por su pareja, Francisco Robledo, luego de una discusión por celos.

Otros nombres que destacan son: Brenda Josselín, Wendy, Paloma, María Assaf, Ivonne Jocelyn, Eloisa, María de Jesús, entre otros.

La intervención de las vallas, ocurre luego de que el vocero de la presidencia, Jesús Ramírez Cuevas, y el presidente Andrés Manual López Obrador defendieran la colocación de la barda de las críticas.

Algunas de las acusaciones que hicieron feministas y políticos fueron que al amurallar Palacio Nacional, recinto que habita el mandatario federal, mostraba el miedo que le tiene a las mujeres, además de que protege más a las paredes que a las víctimas.

Ante ello, López Obrador dijo desde Yucatán que la colocación de las vallas “no es por miedo” a las feministas como se dijo, sino para evitar confrontaciones y daños monumentos.

Fuente: Infobae

Opinión

Emilia Pérez: Una Mirada Cuestionada sobre México Por: Sigrid Moctezuma

En un mundo donde el cine es tanto un arte como una poderosa herramienta de representación cultural, las películas que abordan la identidad de un país llevan consigo una gran responsabilidad. Tal es el caso de Emilia Pérez, una cinta que, aunque prometía ser un relato innovador, ha generado un torrente de críticas por su visión estereotipada y su superficialidad al retratar la cultura nacional.

Descrita por sus creadores como un “narco-musical”, Emilia Pérez sorprendió al ganar cuatro Globos de Oro, lo que dejó en evidencia una desconexión entre las audiencias internacionales y la percepción mexicana. Mientras en el extranjero se celebra como un experimento cinematográfico audaz, aquí ha sido criticada por perpetuar clichés culturales que parecen sacados de una postal turística, ignorando las complejidades del México actual. Aunque su mezcla de comedia, drama y música despertó curiosidad inicial, para muchos terminó siendo un recordatorio de cómo los estereotipos siguen dominando la narrativa global.

Uno de los puntos de mayor desagrado ha sido la manera en que la película aborda temas sensibles como la identidad de género y la narcocultura. Si bien es positivo que estas cuestiones tengan espacio en la narrativa cinematográfica, en Emilia Pérez se sienten tratadas con una ligereza que no honra su trascendencia. Los personajes, en lugar de reflejar matices reales, se convierten en caricaturas que difícilmente conectan con el público.

Las críticas no solo vienen de los espectadores, sino también de sectores especializados en cine y cultura. Se ha señalado que la película parece diseñada para un público extranjero que consume el «México pintoresco», mientras ignora las voces y experiencias auténticas que definen al país. Lo que representa una oportunidad desperdiciada para proyectar un discurso que sea fiel a nuestra riqueza cultural y social.

Este fenómeno no es nuevo en el cine. Muchas producciones internacionales han intentado capturar supuestamente nuestra esencia, pero terminan cayendo en la trampa: el mariachi omnipresente, las cantinas llenas de tequila y la violencia gratuita. Emilia Pérez, desafortunadamente, parece sumar su nombre a esta lista.

No obstante, este tipo de reacciones también abre un espacio importante para la reflexión. La discusión que surge de estas películas pone sobre la mesa la necesidad de que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, desde múltiples perspectivas. Es imperativo que el relato cinematográfico internacional comience a escuchar más atentamente las voces locales y trabajen en colaboración para evitar simplificaciones que diluyan nuestra esencia.

En un mundo donde las plataformas digitales hacen que el cine viaje más rápido que nunca, la responsabilidad de representar adecuadamente a un país se vuelve aún más crucial. La recepción de Emilia Pérez debería servir como un recordatorio de que no somos un concepto único y fácil de definir, sino una amalgama compleja de historias, tradiciones y modernidades.

Quizá, en el futuro, podamos ver más producciones que tomen este desafío en serio, dejando de lado las visiones simplistas. Porque México, con todas sus luces y sombras, merece ser contado con verdad y profundidad.

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