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FRACASO NACIONAL POR VICTOR M. QUINTANA

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FRACASO NACIONAL

Por: Víctor M. Quintana S.

Lo deportivo no es importante, pero no deja de ser un buen indicador. Llegar a la final de la Copa de Oro de futbol gracias al atropello que el árbitro norteamericano cometió contra Panamá regalándonos un penal, es un fracaso. 

Los fracasos en lo menos importan revelan el gran fracaso del país en lo verdaderamente importante. Son signos del espíritu del tiempo que  sacude a nuestro país. Un mal que no nos vino del cielo ni de ninguna maldición  o brujería. Nos sobrevino con la toma del poder por los gobiernos depredadores y corruptos, de los cuales el de Peña Nieto es la máxima expresión.

¿Por qué no vamos a fracasar en el deporte si en economía, en combate a la delincuencia, en reducción de la pobreza vamos de derrota en derrota? ¿Por qué nuestra Federación Mexicana de Futbol y el “piojo” Herrera no van a aceptar el regalo corrupto de un árbitro parcial si  todos los días en este país se reciben regalos a cambio de dejar hacer, dejar pasar para violar el estado de derecho? 

Julio de fracasos. Sexenio de fracasos. Una política económica y monetaria que no logra detener el desbarrancamiento del peso. Ante esto, la única acción es  la inacción y las declaraciones auto tranquilizantes de un Secretario de Hacienda que no sabe sino aumentar impuestos y no relanzar el crecimiento.

Una política social que no prospera a pesar de los miles de millones gastados en el “Prospera” , que según las estadísticas oficiales y análisis objetivos  del CONEVAL ha logrado el fracaso máximo de que  en lo que va del sexenio haya dos millones de pobres más y ahora uno de cada dos mexicanos viva en la pobreza.

Fracaso en la “ronda 1” de la entrega de los espacios para explotación de hidrocarburos. Se presentaron únicamente 9 de las 24 empresas y consorcios precalificados.  Sólo se asignaron dos de los catorce bloques .  Se cedió demasiado y se logró casi nada.

El fracaso en la fuga del Chapo es proporcional a la propaganda y triunfalismo del gobierno de Peña Nieto al momento de capturarlo, en febrero de 2014.

Fracaso total en la reforma educativa. Nada ha logrado movilizar tanto al magisterio, disidente y  no disidente, de la CNTE y del SNTE, como la aplicación de ella, como la evaluación magisterial. Nada ha logrado suscitar un movimiento de protesta tan amplio mucho más allá de  Guerrero,  Michoacán u Oaxaca, aunque la comunicación oficial quiera ahora “oaxaquizar” el problema, satanizando a los maestros de ese estado,  confundiendo a la opinión pública, con la ayuda de las inefables declaraciones del súbito experto en educación Claudio X. González.

No es que este país esté salado. El fracaso es el estado de ánimo nacional porque se ha consagrado como máxima de conducta “el que no transa no avanza”, epitomizada  en el fraude electoral de 2006, en la obscena compra de votos de Peña Nieto.  Porque se ha consagrado la corrupción como la única alternativa al fracaso: “el que no transa, fracasa”.

Tal vez la CONCACAF nos pueda regalar un campeonato. Pero ni el PNUD nos va a regalar niveles de desarrollo humano, ni la OCDE, potencial de desarrollo económico, ni Transparencia Internacional nos va a considerar menos corruptos.

Si el PRI había perdido ya toda su capacidad de dirección moral, de ética pública en este país, algunos esperaban que, dada su experiencia acumulada, pudiera reconstruir algo de la dirección intelectual. Con  Peña Nieto y su equipo hasta esto se ha perdido. La orientación hacia los negocios privados, las reformas para favorecer a unos cuantos carecen,  ahora muchos lo reconocen,  de la inteligencia financiera, económica, estratégica, elemental. 

Peña Nieto debe renunciar, por inepto y por corrupto. Pero no basta. Como no basta que renuncien el Piojo y toda la directiva de la FMF para aliviar un futbol infectado de lucro indebido. Es necesario que caiga el sistema de grupos de privilegio, de partidocracias que se ha apoderado de este país.  Que caiga ese edificio en cuya cúpula está ahora el PRI que fomenta el fracaso porque no combate la ineficiencia ni la corrupción, ni la complicidad, como la de quienes desde dentro del Estado colaboraron en el nuevo escape del Chapo..

 Es necesaria una nueva dirección intelectual y moral para este país. Que cultive un nuevo estado de ánimo y deje de premiar el fracaso. Que fomente la honestidad, la eficiencia, la austeridad. ¿De dónde va a surgir? De abajo, de la ciudadanía consciente, organizada. Pero también de en medio y de arriba, de dirigencias honestas, comprometidas con el Pueblo de México. De la comunicación, del reconocimiento mutuo entre todas y todos quienes resisten al país de las  mafias, a  la  Nación de la transa.

Es lo que nos urge en todos los ámbitos…hasta en el futbol.

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La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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