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Hijo de Aida Pierce, uno de los disfrazados de abuelito para vacunarse contra Covid

Christian Alberto Nieva Gómez, gerente de campaña para FIFA de Electronics Arts (EA) Games, y Rubén Morales Zerecero, un jugador de eSports, lograron ponerse la vacuna contra covid-19, por lo que fueron vinculados a proceso por su probable participación en los delitos de usurpación de identidad y falsificación o alteración y uso indebido de documentos.

Los hechos ocurrieron en el Centro de Estudios Superiores en Ciencias de la Salud (CENCIS-Marina), el pasado 27 de marzo durante el periodo de vacunación en la alcaldía Coyoacán.

Los jóvenes tienen 31 y 35 años de edad. La Fiscalía General de Justicia señaló que Morales Zerecero habría presentado la documentación de su padre y Nieva Gómez la de un tío del primero.

Mira también: Jóvenes se disfrazan de abuelitos, se vacunan y los detienen

Se dio a conocer que Rubén Morales Zerecero (conocido como Rubén Zerecero) es hijo de la comediante Aida Pierce, tras dedicarse a ser gamer, decidió seguir los pasos de su madre y participó en algunas obras de teatro.

En tanto, tras revelarse el nombre de Christian Alberto Nieva Gómez, la empresa para la que labora aún estudia lo sucedido y cómo procederán contra el joven una vez que se confirmó que trabaja para la desarrolladora de videojuegos.

De acuerdo con el perfil de LinkdIn de Christian Alberto Nieva Gómez, el cual fue borrado la tarde de ayer, es el campaign manager, LATAM-FIFA Brand en Electronic Arts y vive en la alcaldía Venustiano Carranza.

En el caso de Rubén Morales Zerecero, su perfil señala que nació el 26 de mayo de 1989, es mexicano y fue representante del país en la FIFA Interactive World Cup 2009.

Opinión

Emilia Pérez: Una Mirada Cuestionada sobre México Por: Sigrid Moctezuma

En un mundo donde el cine es tanto un arte como una poderosa herramienta de representación cultural, las películas que abordan la identidad de un país llevan consigo una gran responsabilidad. Tal es el caso de Emilia Pérez, una cinta que, aunque prometía ser un relato innovador, ha generado un torrente de críticas por su visión estereotipada y su superficialidad al retratar la cultura nacional.

Descrita por sus creadores como un “narco-musical”, Emilia Pérez sorprendió al ganar cuatro Globos de Oro, lo que dejó en evidencia una desconexión entre las audiencias internacionales y la percepción mexicana. Mientras en el extranjero se celebra como un experimento cinematográfico audaz, aquí ha sido criticada por perpetuar clichés culturales que parecen sacados de una postal turística, ignorando las complejidades del México actual. Aunque su mezcla de comedia, drama y música despertó curiosidad inicial, para muchos terminó siendo un recordatorio de cómo los estereotipos siguen dominando la narrativa global.

Uno de los puntos de mayor desagrado ha sido la manera en que la película aborda temas sensibles como la identidad de género y la narcocultura. Si bien es positivo que estas cuestiones tengan espacio en la narrativa cinematográfica, en Emilia Pérez se sienten tratadas con una ligereza que no honra su trascendencia. Los personajes, en lugar de reflejar matices reales, se convierten en caricaturas que difícilmente conectan con el público.

Las críticas no solo vienen de los espectadores, sino también de sectores especializados en cine y cultura. Se ha señalado que la película parece diseñada para un público extranjero que consume el «México pintoresco», mientras ignora las voces y experiencias auténticas que definen al país. Lo que representa una oportunidad desperdiciada para proyectar un discurso que sea fiel a nuestra riqueza cultural y social.

Este fenómeno no es nuevo en el cine. Muchas producciones internacionales han intentado capturar supuestamente nuestra esencia, pero terminan cayendo en la trampa: el mariachi omnipresente, las cantinas llenas de tequila y la violencia gratuita. Emilia Pérez, desafortunadamente, parece sumar su nombre a esta lista.

No obstante, este tipo de reacciones también abre un espacio importante para la reflexión. La discusión que surge de estas películas pone sobre la mesa la necesidad de que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, desde múltiples perspectivas. Es imperativo que el relato cinematográfico internacional comience a escuchar más atentamente las voces locales y trabajen en colaboración para evitar simplificaciones que diluyan nuestra esencia.

En un mundo donde las plataformas digitales hacen que el cine viaje más rápido que nunca, la responsabilidad de representar adecuadamente a un país se vuelve aún más crucial. La recepción de Emilia Pérez debería servir como un recordatorio de que no somos un concepto único y fácil de definir, sino una amalgama compleja de historias, tradiciones y modernidades.

Quizá, en el futuro, podamos ver más producciones que tomen este desafío en serio, dejando de lado las visiones simplistas. Porque México, con todas sus luces y sombras, merece ser contado con verdad y profundidad.

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