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Opinión

LA mitomanía de Francisco Martín Moreno (4 de 4) Por Luis Villegas

Ahora sí, aquí termina el corrido de este análisis de inconsistencias extraídas de la obra “Cien Mitos de la Historia de México”, tomos I y II,[1] de Francisco Martín Moreno. Le prometo cara lectora, gentil lector, ocuparme de cuestiones más leves en la próxima entrega.

 

En otro Capítulo de su libro, Martín Moreno titula a uno de sus “mitos”: “Los españoles nos conquistaron”;[2] pasando por alto ese “nos” que de entrada contradice la afirmación hecha en otra parte de que en aquella época los mexicanos aún no existíamos,[3] en ese otro Capítulo, en el que acusa a Bernal Díaz de ser un mentiroso, escribe: “Poco más de cien años después de que Cortés y sus aliados tomaron Tenochtitlan […]”.[4] De nuevo: ¿En qué quedamos? ¿Fueron o no fueron los españoles los conquistadores de estas tierras?

 

Pretendiendo “desmitificar” la figura de Miguel Hidalgo, Martín Moreno titula uno de los capítulos de su libro: “Hidalgo: Ángel o demonio”;[5] y concluye que no fue ni una ni otra cosa, sino un “político práctico en condiciones desesperadas y de gran tensión y absoluto peligro”; para arribar a dicha conclusión no tiene empacho en tomar por cierta la afirmación de que fue un “cura borrachín”,[6] amén de que no puede ser considerado “un buen pastor del rebaño de la iglesia católica”;[7] y no pocas veces lo acusa de ser autor de saqueos y asesinatos de hombres mujeres y niños;[8] sin embargo, en otras parte de su obra a uno de los mitos lo denomina: “Miguel Hidalgo, Padre de la Patria” y escribe para apearlo de ese título: “Inclusive, Miguel Hidalgo a diferencia de José María Morelos y Pavón, en los primeros momentos de la lucha no demandaba el rompimiento con la España monárquica”; “en realidad fue Agustín de Iturbide quien consumó la independencia de México”; “Matías Monteagudo es el padre de la Patria”;[9] y en otro apartado: “Los problemas de la patriótica paternidad de Miguel Hidalgo no se reducen a los alcances de su movimiento […] si bien es cierto que él encabezó una serie de acciones bélicas durante 1810 y 1811, […] también es verdad que el movimiento que él inició fue derrotado”. Es decir, a Hidalgo lo descalifica una y otra vez y al final resulta que el padre de la Patria ni es padre, ni es cura, ni es soldado, ni es libertador, ni es nada, y no es ni bueno ni malo. ¿Para qué tanto despliegue de obstinada descalificación, para concluir en una explicación gris y ambigua si, según su dicho y finalmente, el Padre de la Patria es otro? O dicho de otro modo, más coloquial: ¿Para qué tantos brincos estando el suelo tan parejo? Puro exhibicionismo y ganas de figurar.

 

Instalado en el lugar común, sin desmitificar un demonio porque llevo décadas -exactamente cuatro décadas y media- oyendo echar pestes en contra de Porfirio Díaz, Martín Moreno pretende derruir este “mito” -que solo existe en su imaginación- y dedica tres capítulos de su obra a demoler la figura del cruel caudillo; al primer mito lo llama: “Porfirio Díaz, un convencido antirreeleccionista” (¿cuándo, quién, dónde dijo eso?);[10] al segundo lo titula: “Porfirio Díaz: El padre de los desamparados” (¡Dios Bendito! ¿Cuántos mexicanos serían capaces de sostener una burrada de esas proporciones como para llamarla “mito”?);[11] y el último se denomina: “Porfirio Díaz: Héroe de la Reforma” (Mito, mito, mito, lo que se dice mito, este tampoco es).[12] En tanto que necesita tres capítulos para afirmar lo obvio, que Díaz fue un sanguinario dictador, célebre por frases como: “Mátalos en caliente”; y varios capítulos para “desmitificar” a figuras tales como Lucas Alamán,[13] Vicente Guerrero,[14] Miguel Hidalgo,[15] Venustiano Carranza,[16] y un largo etcétera, en  ninguna página se reconoce un leve fallo a personajes como Benito Juárez o Melchor Ocampo. Me explico: Este gran “desmitificador” (Me acabo de inventar un trabalenguas: “El desmitificador de Martín Moreno, se quiere desdesmitificar, aquel que lo desdesmitifique, será un gran desdesmitificador”.), este “desmitificador”, repito, que no deja títere con cabeza, halla intachables, impolutos, sobrehumanos y casi divinos a estos dos personajes. Es decir, en tanto que a la inmensa mayoría de los héroes consagrados en el panteón de la Patria, de Hidalgo a Venustiano Carranza, pasando por los supuestos niños héroes -que ni fueron héroes ni eran niños-, les encuentra un lado flaco; a estos dos personajes los excluye de cualquier impureza, los torna blancos y puros -no más me faltó agregar que etéreos-, sobrenaturales casi; alejados de cualquier debilidad (incluso la de ir al baño). Absurdo. El que pretende convertirse en el gran descubridor de la historia, es un pobre sujeto preso de pasiones  que lo llevan, en algunos casos a contradecirse, y en otros a soslayar lo obvio, es decir, a encubrir la verdad de que Juárez y Ocampo, como el resto de los héroes nacionales, eran seres humanos reos de lamentables vicios y heroicas virtudes. Quizá ese afán se explique para no hacer desmerecer a estos dos adalides de la Reforma frente al más pertinaz objeto de odio de Martín Moreno: La Iglesia Católica, a la que acusa de todos los males de la Patria.

 

Pero eso no es todo, los supuestos “100 mitos de la historia de México” podrían fácilmente ser 50 o menos; mire usted: Para negar la “conquista” por parte de los españoles, escribió 3 capítulos, visibles en las páginas 59 y 87 del Tomo I; y 207, del Tomo II; para descalificar a la Iglesia Católica, escribió 23 capítulos, visibles en las páginas 43, 81, 95, 121, 133, 157, 163, 185, 225, 267, 273, 297, 333 y 341 del Tomo I; y 29, 59, 115, 177, 263, 309, 315, 343 y 355, del Tomo II; para hablar mal de Vasconcelos o de la existencia del fascismo en México, necesitó 4 capítulos visibles en las páginas 171 del Tomo I; y 45, 171 y 325 del Tomo II; y para descalificar a Porfirio Díaz (como si lo necesitara) 3 capítulos, visibles en las páginas 99 del Tomo I; y 235 y 299, del Tomo II; este caso es el colmo pues los pormenores de la huida de Porfirio Díaz o la referencia al general francés Bazaine, Martín Moreno utiliza párrafos idénticos en dos capítulos. En síntesis, no existe coherencia ni consistencia en lo escrito por este dizque historiador; esboza “ideas” y luego las lanza una tras otra; en bola, sin ton ni son; escribiendo lo que siente o cree (no lo que piensa, porque es obvio que no piensa lo que escribe) sin método. Afirmándose en “verdades” efímeras que luego él mismo refuta, mutila o destruye.

 

La historia es un mosaico, un rompecabezas con multitud de piezas que, todas juntas, brindan una imagen completa, íntegra, no necesariamente agradable de ver, empero, bella en sí misma por el intento de orden en el caos aparente. Intentar el examen de la historia desde el prejuicio, la mentira, la exageración o el despropósito sitúa a Martín Moreno, indefectiblemente, en el mismo extremo de todos aquellos a quienes ataca y vitupera en sus escritos. Es decir, su obra lo equipara, de hecho, precisamente con aquellos a quienes critica o pretende refutar en su labor: Mutila, tergiversa, mitifica la historia patria y la reescribe a gusto de sí mismo; a partir de sus fobias, de sus odios y de su ignorancia.

 

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Opinión

El movimiento. Por Raúl Saucedo

La Paz y otras banderas

Las Olimpiadas, más que un evento deportivo global, han sido un reflejo de la historia, la política y la sociedad mundial. Desde su origen en la antigua Grecia, donde se celebraban como una serie de competencias atléticas en honor a Zeus, los Juegos Olímpicos han evolucionado para convertirse en un símbolo de la unidad y la diversidad humana. Sin embargo, a lo largo de su historia, los Juegosolímpicos han estado inextricablemente ligados a los contextos políticos y sociales de los tiempos de la humanidad.

Uno de los momentos más emblemáticos de la historia olímpica moderna fue la reanudación de los Juegos en 1896 en Atenas, impulsada por el barón Pierre de Coubertin. Esta resurrección fue vista como un esfuerzo por promover la paz y la comprensión internacional, valores que siguen siendo fundamentales para el movimiento olímpico. Sin embargo, los Juegos han sido escenario de controversias y tensiones políticas. Un ejemplo notable es el boicot liderado por USAa los Juegos de Moscú 1980 en protesta por la incursiónsoviética a Afganistán, seguido por el boicot del bloque del Este a los Juegos de Los Ángeles 1984 en respuesta. Estos eventos subrayaron cómo las Olimpiadas pueden ser utilizadas como una herramienta de protesta política y diplomática.

La seguridad en los Juegos Olímpicos es una preocupación central, especialmente ante la amenaza del terrorismo. Desde el trágico ataque en Múnich 1972, donde un grupo terrorista palestino secuestró y asesinó a atletas israelíes, la seguridad se ha intensificado en cada edición. París 2024 no será una excepción; se implementarán medidas de seguridad sin precedentes, incluyendo tecnología avanzada, fuerzas de seguridad altamente capacitadas y colaboración internacional.

Las Olimpiadas de Tokio 2020 (celebradas en 2021) debido a la pandemia de COVID-19, representaron un hito único en la historia olímpica. A pesar de la ausencia de público en las gradas, los Juegos mostraron una resiliencia notable, adaptándose a estrictas medidas de seguridad sanitaria. Destacaron no solo por el rendimiento deportivo, sino también por su compromiso con la sostenibilidad, utilizando instalaciones temporales y materiales reciclados.

En términos económicos, las Olimpiadas también han tenido un impacto significativo. Las ciudades anfitrionas ven los Juegos como una oportunidad para el desarrollo urbano y económico, aunque esto a menudo viene con un alto costo. Las inversiones en infraestructura y la promoción turística pueden revitalizar economías locales, pero también pueden llevar a endeudamientos masivos. Atenas 2004 es un ejemplo de cómo los gastos olímpicos pueden contribuir a una crisis económica, ya que el presupuesto inicial fue superado significativamente, dejando al país con una deuda considerable.

Desde una perspectiva social, los Juegos Olímpicos han sido una plataforma para el cambio y la inclusión. Los Juegos de Berlín 1936, destinados a mostrar la superioridad aria,fueron testigos de las impresionantes victorias del atleta afroamericano Jesse Owens, desafiando la ideología nazi. Más recientemente, los Juegos han promovido la igualdad de género y la inclusión de atletas paralímpicos, reflejando un compromiso creciente con la diversidad.

Con la vista puesta en los Juegos Olímpicos de París 2024, hay grandes expectativas tanto en términos de innovación tecnológica específicamente con Inteligencia Artificial como legado. París, que será la ciudad anfitriona por tercera vez después de 1900 y 1924, se ha comprometido a organizar unos Juegos sostenibles y accesibles. Un enfoque clave será la neutralidad de carbono, utilizando energías renovables y reduciendo el uso de plásticos.

Desde una perspectiva política, París 2024 será una oportunidad para Francia de reafirmar su papel en el escenario global, especialmente en un contexto de crecientes tensiones geopolíticas en Europa y los desafíos globales que acontecen turbulentamente al mundo en este 2024 como el cambio climático y la era de la post pandemia del COVID-19. Los Juegos ofrecerán una plataforma para promover valores de unidad y cooperación internacional en un momento en que el mundo necesita más que nunca estas cualidades.

A pocas horas del encendido del pebetero olímpico y mientras algunos individuos lo confunden con conciertos de rammstein, yo felicito en su cumpleaños a dos grandes Chihuahuenses donde el guante y la pesa son testigos de su tenacidad y coraje.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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