Tienen el trabajo que nadie quiere hacer en el lugar donde nadie quiere estar.
Pero su tarea nada envidiable es el paso vital para que Tacloban, la ciudad filipina devastada por el supertifón Haiyan, se recupere.
Son los recolectores de cuerpos, los hombres que caminan entre las calles con escombros buscando los cadáveres que dejó la tormenta y apilándolos en camiones para llevarlos a la morgue o a los cementerios.
Entre el calor húmedo y la lluvia frecuente, la tarea es horrible y complicada.
«Es muy difícil para nosotros», dice Don Pomposo, un bombero enviado junto con 15 colegas desde otra región del país a Tacloban. «Es muy difícil».
Los cuerpos que permanecen en las calles de la ciudad desde hace varios días son el triste símbolo del poder de destrucción de Haiyan y la crisis en las operaciones del gobierno que siguió a la tormenta.
Funcionarios aún batallan para cuantificar a los muertos. En Tacloban, mínimo murieron cientos de personas. En todo el país, la cifra de fallecidos se ubica en 3.976, según las autoridades, y hay otros 1.598 desaparecidos.
En los últimos días, se ha logrado cierto progreso en la recolección de cuerpos en Tacloban, donde la gente constantemente se tapa la nariz y la boca por el olor de la descomposición y ante el temor de que haya consecuencias para su salud.
Aunque esos miedos pueden ser exagerados, la presencia de los cadáveres —alienados en las calles cubiertos con bolsas o bajo los restos de las casas— es un recordatorio horrible de lo lejos que la ciudad está de la recuperación.
Pomposo y su colega, Vincent Albert Garchitorena, son algunos de los que trabajan por sacar a Tacloban adelante. Su equipo recuperó 76 cuerpos de una calle en solo una mañana, dijo.
Vestidos con camisetas negras y con botas de plástico cubriendo sus pantalones, lucen ecuánimes al hablar del panorama al cual se enfrentan.
La principal dificultad, explican, es continuar la tarea durante 10 horas cada día. «Necesitamos descansar completamente después de trabajar», dice Pomposo.
Él lleva una mascarilla y Garchitorena se cubre con una bufanda para evitar el olor. Ambos usan gorras de béisbol para protegerse del sol, pero no hay nada que pueda protegerlos de lo que ven.
Los cuerpos que han recogido en los últimos días son de todas las edades, desde bebés hasta ancianos. A veces se encuentran con mujeres embarazadas.
En algunos de los cadáveres que encontraron este fin de semana, la descomposición había avanzado rápido. Algunos no tenían ojos, cuentan, y otros están llenos de larvas.
La Organización Mundial de la Salud advierte que «cualquier persona a cargo de un equipo de recolección de cuerpos debe estar consciente del estrés y el trauma que los miembros pueden sentir y proveer apoyo, de ser posible».
Pero Pomposo y Garchitorena minimizan la preocupación de las consecuencias emocionales que esto puede tener en ellos, aunque jamás habían hecho este tipo de trabajo.
Dicen que no tienen pesadillas y solo quieren terminar para regresar a Bicol, la región a unos cientos de kilómetros al noroeste de Tacloban de donde son originarios.
Su ropa retiene el olor de los muertos y ellos deben bañarse constantemente para quitarse el hedor de su piel.
Pero ahora están más preocupados por la gente de Tacloban que por ellos mismos. «Tendrán que empezar de cero», dice Garchitonera.
Los dos bomberos dicen que la situación en la ciudad ha cambiado desde las condiciones de caos que atestiguaron cuando llegaron ahí, la semana pasada.
El flujo de personas en Tacloban
Residentes que sobrevivieron al tifón, sobre todo las mujeres y los niños, han dejado la ciudad para quedarse con familiares en otros lugares hasta que la situación mejore.
Como los bomberos, muchos empleados del gobierno llegan de otras partes de Filipinas para ayudar a las víctimas y gente común de otras regiones también llega para buscar a familiares o colaborar con los sobrevivientes.
Además trabajadores humanitarios internacionales y periodistas visitan la zona.
Edwin Manaus, quien tiene un restaurante en el centro de la ciudad, dice que pese al flujo, la ciudad le parece vacía. «Necesito gente para mi negocio», afirma, mientras apunta al interior oscuro.
También necesita electricidad y agua potable antes de que pueda reabrir. Dice que ha escuchado rumores de que la energía volverá la próxima semana, pero funcionarios han informado que eso podría tomar meses.
Los negocios que aparentemente están volviendo a funcionar son los mercados en la parte norte de la ciudad, cerca del vecindario pobre y dañado de Paseo de Legazpi.
Ahí se venden algunos productos como plátanos frescos, que aparentemente provienen de otras provincias. Pero otros objetos, como paraguas, cigarrillos y café, aparentemente son de las tiendas saqueadas.
La devastación en Paseo de Legazpi, donde mucha gente vivía en chozas, es impactante. El arroyo que corre por el barrio está lleno de los restos de las casas junto a cadáveres descompuestos de cerdos.
Los recolectores de cuerpos tienen una tarea horrible por delante ahí.
Pomposo y Garchitonera dicen que no saben cuánto tiempo se quedarán, pero ya saben qué harán cuando regresen a Bicol.
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