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Opinión

Práxedis Guerrero: letras de oro. Por Francisco Rodríguez Pérez

Quienes seguimos con atención la trayectoria de Práxedis G. Guerrero, la semana pasada recibimos una excelente noticia: la Comisión Especial para los Festejos del Centenario de la Revolución aprobó la iniciativa para inscribir con Letras de Oro el nombre de este Héroe Mexicano y Universal, en los Muros de Honor del Salón de Sesiones del Honorable Congreso del Estado.

La iniciativa presentada por el diputado Francisco González Carrasco, presidente de la Comisión, también incluye solicitar el traslado de los restos del Benemérito del Estado de Chihuahua, a la Rotonda de los Chihuahuenses Ilustres.

La Comisión está integrada por el diputado Jorge Abraham Ramírez Alvídrez, quien funge como secretario, así como el diputado José Alfredo Ramírez Rentería, la diputada Inés Aurora Martínez Bernal, la diputada María de los Ángeles Bailón Peinado, y el diputado Rubén Aguilar Jiménez.

El Honorable Congreso del Estado de Chihuahua, estará completando así los procedimientos para reconocer a Práxedis Guerrero como señala la Ley para Declarar y Honrar la Memoria de los Beneméritos del Estado de Chihuahua.

La noticia generada la semana pasada, con la aprobación de la iniciativa en la Comisión, así como la próxima presentación al pleno, programada para la próxima semana, es histórica y se une a las iniciativas que se tomaron en los años treinta del siglo XX.

El general Rodrigo M. Quevedo, gobernador del Estado de Chihuahua (1932-1936) honró y reconoció a Práxedis G. Guerrero, con quien iniciara su exitosa carrera militar y política, en plena adolescencia.

En diciembre de 1933, por decreto de la XXXV Legislatura del H. Congreso del Estado de Chihuahua, fue puesto su nombre a uno de los municipios del Valle de Juárez: Práxedis G. Guerrero. También se nombraron en su honor varias escuelas de la entidad, así como la calle 27 en la capital del estado. En 1934, la imprenta del Gobierno del Estado editó el libro “Práxedis Guerrero: un fragmento de la revolución”, de Enrique Barreiro Tablada.

En noviembre de 1935, el general Quevedo ordenó la búsqueda y traslado de los restos del héroe, para declararlo “General Revolucionario” y “Benemérito del Estado de Chihuahua”, de acuerdo con el Decreto No. 132, publicado en el Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua No. 45, del 9 de noviembre de 1935.

La trascendencia histórica del personaje, fue retomada a finales del 2010, en ocasión del Centenario Luctuoso de Práxedis G. Guerrero.

La LXIII Legislatura, por medio del diputado Gerardo Hernández Ibarra, hizo la mención en los “asuntos generales” de la sesión de la Diputación Permanente del lunes 27 de diciembre de 2010, como quedó asentado en el Diario de los Debates.

El 30 de diciembre de 2010, el Gobierno del Estado, al través del Instituto Chihuahuense de la Cultura, publicó una “esquela”, envió un boletín de prensa, señalando la importancia de la fecha y anunció la edición de un libro.

Luego de tratar el asunto del traslado de los restos del Benemérito a la Rotonda de los Chihuahuenses Ilustres, la colocación de las letras de oro en el recinto del Congreso, así como las fechas y formas de los honores, la propuesta asumida por el diputado Hernández fue canalizada a la Comisión Especial para los festejos del Centenario de la Revolución Mexicana.

Entonces, el diputado Francisco González Carrasco presentó, el 8 de febrero del 2011 su “Iniciativa con Carácter de Acuerdo, a efecto de exhortar de manera respetuosa al Titular del Ejecutivo del Estado, con el fin de solicitar el traslado de los restos del Benemérito del Estado de Chihuahua José Práxedis Gilberto Guerrero Hurtado a la Rotonda de los Chihuahuenses Ilustres erigida en la Plaza Mayor del Estado; así como a la Junta de Coordinación Parlamentaria de Este Honorable Cuerpo Colegiado, para que destine los recursos necesarios con el fin de inscribir su nombre con Letras de Oro en los Muros de Honor del Salón de Sesiones del Honorable Congreso del Estado”.

Este año es importante para el reconocimiento a Práxedis Guerrero: el 130 aniversario de su natalicio, el 77 aniversario de su declaración como Benemérito del Estado, y el 102 aniversario luctuoso. Estos honores debieran promoverse también en Guanajuato, en Coahuila, en el sur de los Estados Unidos y en el mundo, pues se trata de un emancipador universal.

La ideología, la organización y los combates, no impidieron, sino impulsaron e inspiraron, la excelsa literatura revolucionaria y los artículos periodísticos de Práxedis Guerrero, que son aliento de la Revolución Social, en México y el mundo… son letras de oro. ¡Hasta siempre!

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Opinión

Los muros que lloran: las redadas y el alma chicana. Por Caleb Ordoñez Talavera

En el norte de nuestro continente, justo donde termina México y comienza Estados Unidos, hay una línea invisible que desde hace décadas divide más que territorios. Divide familias, sueños, culturas, idiomas, economías… y últimamente, divide también lo humano de lo inhumano.

Esta semana, Donald Trump —en una etapa crítica de su carrera política, con una caída notoria en las encuestas, escándalos judiciales y un sector republicano que empieza a verlo más como un riesgo que como un líder— ha regresado a una vieja y efectiva estrategia: la del miedo. El expresidente ha lanzado una ofensiva pública para prometer redadas masivas contra migrantes, deportaciones “como nunca antes vistas” y políticas de “cero tolerancia”.

La razón no es nueva ni sutil: apelar al votante blanco conservador que ve en el migrante un enemigo económico y cultural. Ese votante que, ante la inflación, la violencia armada o el desempleo, prefiere culpar al que habla español que exigirle cuentas al sistema. En medio del descontento generalizado, Trump no busca soluciones reales, busca culpables útiles. Y como en otras épocas oscuras de la historia, los migrantes —sobre todo los latinos, sobre todo los mexicanos— vuelven a ser carne de cañón.

Pero hay una realidad más profunda y más dolorosa. Quien ha vivido el cruce, legal o no, sabe que la frontera no es sólo un punto geográfico. Es una cicatriz. Las políticas migratorias —de Trump o de cualquier otro mandatario— convierten esa cicatriz en una herida abierta. Cada redada, cada niño separado de sus padres, cada deportación arbitraria, no es solo una estadística más. Es una tragedia personal. Y más allá de lo político, esto es profundamente humano.

En este escenario, cobra especial relevancia la figura del “chicano”. Este término, que nació como una forma despectiva de llamar a los estadounidenses de origen mexicano, fue resignificado con orgullo en los años 60 durante los movimientos por los derechos civiles. El chicano es el hijo de la diáspora, el nieto del bracero, el hermano del que se quedó en México. Es el mexicano que nació en Estados Unidos y que, aunque tiene papeles, no olvida de dónde vienen sus raíces ni a quién debe su historia.

Los chicanos son fundamentales para entender la cultura estadounidense moderna. Están en las universidades, en el arte, en la política, en la música, en los sindicatos. Y sin embargo, cada redada, cada discurso de odio, también los golpea. Porque no importa si tienen ciudadanía: su apellido, su acento o el color de su piel los expone. Ellos también son víctimas del racismo sistémico.

Hoy, más que nunca, México debe voltear a ver a su gente más allá del río Bravo. No como simples paisanos lejanos, sino como parte de nuestra nación extendida. Porque si algo une a los mexicanos, estén donde estén, es su espíritu de resistencia. Los migrantes no huyen por gusto, sino por necesidad. Y a cambio, han sostenido economías, levantado ciudades y mantenido viva la cultura mexicana en el extranjero.

Las remesas no son solo dinero: son prueba de amor, sacrificio y esperanza. Y ese compromiso merece algo más que silencio institucional. Merece defensa diplomática, apoyo consular real, y sobre todo, empatía nacional. Cada vez que un mexicano insulta o desprecia a un migrante —por su acento pocho, por su ropa, por sus papeles— se convierte en cómplice de la misma discriminación que dice condenar.

Las fronteras, como están planteadas hoy, no son lugares de paso. Son cárceles abiertas. Zonas donde reina la vigilancia, el miedo y la burocracia cruel. Para miles de niños, esas jaulas del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) son su primer recuerdo de Estados Unidos. ¿Ese es el país que dice defender los valores cristianos y la libertad?

Además, no podemos hablar de migración sin hablar del racismo. Porque este no es solo un tema migratorio, sino profundamente racial. Las políticas antiinmigrantes suelen tener rostro y acento. No se aplican con la misma fuerza para migrantes europeos o canadienses. El blanco pobre puede aspirar a mejorar; el latino pobre, a ser deportado.

Trump lo sabe, y por eso lo explota. En un año electoral donde su imagen se desmorona entre procesos judiciales, alianzas rotas y amenazas internas, necesita un enemigo claro. Y el migrante latino cumple con todos los requisitos: está lejos del poder, es fácil de estigmatizar y difícil de defender políticamente.

Pero aún hay esperanza. En cada marcha, en cada organización de ayuda, en cada abogado que ofrece servicios pro bono, en cada chicano que no olvida su origen, se enciende una luz. Y también en México. Porque un país que protege a sus hijos, donde sea que estén, es un país más digno.

No dejemos que los muros nos separen del corazón. Hoy más que nunca, México debe recordar que su gente no termina en sus fronteras. Y que el verdadero poder no está en las redadas ni en las amenazas, sino en la solidaridad. Esa que nos ha hecho sobrevivir guerras, pandemias, traiciones… y que ahora debe ayudarnos a defender lo más humano que tenemos: nuestra gente.

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