Decir que el asunto de mi corte de pelo es un casus belli, es una exageración; pero de que ha dado de qué hablar, ha dado de qué hablar, por lo menos en el más bien estrecho círculo de parientes y amistades. La primera en oponerse fue mi mamá, Lola, quien según su dicho echa en falta mis “caracolitos” -dicho así, como se lee, porque aunque muy poca gente lo sabe, si me dejo crecer el pelo este se me enchina y nada más el huesito y la lanza me hacen falta-; tirabuzones, por cierto, que hace cerca de 44 años que no llevo pero que ella sigue extrañando con la amorosa persistencia a que son tan afectas las mamás. Los segundos, en fila y formaditos, fueron: Adriana, María y Adolfo. Involuntariamente, María zanjó la cuestión a mi favor en segundos: “¿Cómo me veo?”, pregunté; “No te ves nada guapo”, respondió; “Y con pelo, tampoco, así que está bien”, concluí. Pero no lo estaba. Hasta una amiga de Adriana, Cecilia, de manera muy discreta echó su cuarto a espadas y preguntó que si no habría manera de que me dejara crecer el pelo para su boda… ¡Má! Total, hasta el Senador Javier Corral tomó partido: “Oiga, Luis, yo sé que no es mi asunto pero déjeme se lo comento y ya luego usted sabrá qué hacer con mi opinión”. Cuando vio mi título de Maestría me dijo escueto: “Oiga, en esta parece el alcaide [dijo señalando la foto] y así en persona parece recluso”. Valga apuntar que sí hubo personas solidarias con mis gustos, como Luis Abraham, quien me vio y no más movió la cabeza pero no dijo ni pío.
En esas estaba, firme en mis convicciones, cuando llamó mi hermana Patty: “Que dice Ileana que quiere que tú y mi mamá sean padrinos de lazo… pero que te dejes crecer el pelo”. No se vale; ni modo de decir que no. Se casa Lily y no es cosa de ir al merequetengue con pinta de ex-presidiario. Lily es una persona que me gusta mucho; será porque, cuando recién empezaba a gorjear como los pajaritos, me decía “mamá”; honor compartido porque nos decía “mamá” a Patty, a Lola y a mí. Pues ni modo, a dejármelo crecer y ya de paso, me imagino que hasta Cecilia salió beneficiada. En buen cristiano, eso se llama “chantaje”.
Claro que hay de chantajes a chantajes.
Un asunto que me tiene turulato y al que no he dejado de darle vueltas, es el del ex-Ministro de la Suprema Corte de Justicia, don David Genaro Góngora Pimentel. En resumen: En el 2003 conoció a Ana María Orozco, con quien procreó dos hijos: David y Ulises, de 7 y 5 años, diagnosticados autistas. En 2009 la relación terminó y don Genaro, con una pensión de 350 mil pesos al mes, le da a la madre de sus hijos una fuerte suma de dinero para que compre una casa; en 2011, la señora Orozco exige una pensión alimenticia; y una jueza ordena descontar 35% de los ingresos del ex-Ministro, quien apela y su amigo, el magistrado Juan Luis González Alcántara Carrancá, ordena reducir la pensión. La señora se inconforma y Góngora revira presentando una denuncia penal y en el asunto civil ofreciendo poco más de 12 mil pesos de pensión. En el primer asunto, a una velocidad increíble, la jueza penal, Nelly Ivonne Cortés, ordenó la aprehensión de Ana María por el delito de fraude genérico, quien dos semanas después ingresó al penal donde permanece hasta el día de hoy. En el segundo juicio, el ex-Magistrado desglosa con brutal puntualidad las razones de porqué sus hijos merecen esa suma y no otra, incluido el hecho de que ambos, por ser autistas, no requieren gastar en diversiones.1
No, no se trata, en lo absoluto, de la vida privada de don David Genaro; transcribo algunos párrafos de alguien que escribió con motivo de este asunto: “Yo soy padre de un autista. Como tal sé, en primerísimo lugar, que una persona con ese padecimiento necesita del auxilio, ayuda y amor de una madre. […]
Pero donde don Genaro demostró carencia de conocimientos y de progenitora fue cuando pidió excluir de la mensualidad cualquier gasto por concepto de diversiones al argüir que los autistas ‘se ven imposibilitados para divertirse’. ¡Por favor! Mi hijo Emilio no hay una semana en que no vaya al teatro y/o al cine. Patina en hielo. Una vez por semana nada. Tiene gran facilidad para tocar el piano -ahora mismo lo está tocando-. […] Parece toda una señora de la casa [don Genaro] al saber los precios que desglosa por semana. Según esto, David y Ulises consumen 3 kilos de carne que cuesta 70 pesos el kilo; 2 kilos de pollo a 60 pesos cada uno; 7 kilos de tortillas a 10 pesos cada kilo, y así enumera cantidades y precios de leche, arroz, frijoles, jitomates, papas, azúcar, aceite. Meticuloso, calcula únicamente medio kilo de cebolla; se pone dadivoso y asigna 200 pesos para fruta por semana. Se vayan a empachar los chamacos”.
En este asunto vamos a ver hasta dónde alcanza la justicia en este país; no voy a referirme al viejito avaro y libidinoso ni al padre desnaturalizado, no vale la pena; es preciso considerar al personaje público, al juez sin tacha, al probo encargado de impartir justicia, quien, gozando de sus privilegios abusa de su poder e influencia para encarcelar a otra persona y obtener indebidas ventajas en un juicio. Esa serie de rasgos lo describen por entero y no solo desdibujan su imagen, sino que nos permite a los espectadores hacernos una pregunta pertinente hoy más que nunca: “¿Hasta cuándo?”. ¿Hasta cuando los personajes públicos al amparo de su condición podrán seguir robando, mintiendo, defraudando o saqueando al país con total impunidad? ¿Hasta cuándo lo vamos a seguir consintiendo? ¿Va a ir a la cárcel don Genaro -que es donde merece estar- por tráfico de influencias? ¿Le seguirán Granier, Nava y tantos más?
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1 Nota de la redacción, con el título: “Góngora Pimentel al banquillo de los acusados”, de fecha 26 mayo de 2013 por la revista Impacto.
2 Nota suscrita por Manuel Ajenjo, bajo el título: “La mezquindad de Góngora Pimentel”; publicada el 29 mayo de 2013 por el periódico El Economista.
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