Víctor Orozco, nació en 1946, en la localidad de Pascual Orozco, municipio de Guerrero, Chihuahua. En 1971 concluyó los estudios de licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Chihuahua; en 1991 y 1994, obtuvo los grados de maestro y doctor en Ciencia Política por la Universidad Nacional Autónoma de México.
Caleb Ordoñez
El Dr. Orozco es profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. También ha colaborado como docente en la Facultad de Economía de la UNAM, la Universidad Autónoma de Chapingo, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, la Escuela Nacional de Antropología e Historia – Unidad Chihuahua y en la Universidad de Texas en el Paso.
Desde 1991 forma parte del Sistema Nacional de Investigadores de CONACYT, nivel II; Fue fundador y director general de la Revista Cuadernos Fronterizos de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, y en 2004 fundó y dirigió la revista Cuadernos del Norte. En la actualidad, es Presidente de la Comisión Organizadora para la Conmemoración del Centenario de la Instalación del Gobierno Republicano en Paso del Norte, 2015.
Durante su trayectoria académica el Dr. Víctor Orozco, ha sido acreedor de diversas distinciones como la Medalla al mérito cultural Víctor Hugo Rascón Banda, otorgada por el Congreso del estado de Chihuahua, en 2012; Maestro Emérito de la Universidad Autónoma de Chihuahua, en 2012; Creador Emérito del estado de Chihuahua por el Instituto Chihuahuense de Cultura; y el Premio concedido por el Programa de Reconocimiento a la Capacidad Académica, durante el periodo 2000 a 2010.
El Dr. Orozco ha desarrollado una notable labor de divulgación. Ha impartido gran cantidad de conferencias en actos académicos congresos, coloquios, seminarios y foros organizados en México, América Latina y Europa. Sus trabajos de investigación se concentran en la historia de Chihuahua, el norte de México y la historia de las comunidades apaches.
Publicaciones destacadas
o Antología comentada del concepto Clase Social, UNAM, 1978.
o Chihuahua: sociedad, economía política y cultura, Biblioteca de las entidades
federativas. México, UNAM, 1991.
o Las guerras indias en la historia de Chihuahua. Primeras fases. México,
CONACULTA, 1992.
o Tierra de libres. Los pueblos del Distrito de Guerrero, Chihuahua en el siglo XIX. Ciudad Juárez, UACJ, 1995.
o Diez ensayos sobre Chihuahua, editorial Doble Hélice, 2003.
o ¿Hidalgo o Iturbide? Un viejo dilema y su significado en la construcción del nacionalismo mexicano. Chihuahua, UACJ-ICHCULT-Doble Hélice Editores,
2005.
o El estado de Chihuahua en el parto de la nación. Del comienzo de la independencia la de las guerras indias: 1810-1831, Editorial Plaza y Valdés, 2007.
o Reflexiones sobre la historia nacional, UACJ, 2010.
o Chihuahua Hoy. Visiones de su historia, economía, política y
cultura. Coordinador General. Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Chihuahua, Instituto Chihuahuense de la Cultura, 9 Vols., 2003-2011.
o Ciudad Juárez. La Nombradía Varia,Desde los orígenes hasta la modernidad. Coordinador General, Milenio Editores, 2012.
Discurso pronunciado durante la entrega del premio Girasoles
El día de ayer, 21 de septiembre, recibí el Premio Girasoles Vida Activa en Ciudad Juárez, Chihuahua, instituido en 2008 por la asociación civil Centro de Desarrollo Integral Girasoles para el Adulto Mayor, a cuyos directivos, Ingeniero Carlos Cuéllar, Carola Amparán, Servando Pineda y Suri Medina, les reitero mi gratitud. Estas son las palabras que pronuncié:
«Volver a los diecisiete después de vivir un siglo es como descifrar signos sin ser sabio competente,… eso es lo que siento yo en este instante fecundo» Violeta Parra
Agradezco a GIRASOLES el otorgamiento de esta presea que honra mi vida y enaltece mi trabajo. Alcanzar 75 años puede que implique algún mérito, quizá de uno mismo al haber brindado un mínimo de cuidados a su propio cuerpo, quizá de algún médico por la acción oportuna atajando enfermedades, pero en general, el hecho es sencillamente un resultado de la naturaleza, a la cual no se le pueden atribuir ni créditos o merecimientos, ni yerros o descuidos. La segunda de las condiciones, una valoración positiva del trabajo u oficio, desarrollado en el pasado y en el presente, es responsabilidad del honorable Jurado que elige entre los candidatos postulados. Mi gratitud por su decisión a los miembros de este cuerpo colegiado, cuyos nombres desconozco.
Existen una perniciosa tendencia y unos hábitos centenarios de escarnecer y zaherir a la ancianidad. Recuérdense si no los ominosos sinónimos para los viejos, entre otros: decrépitos, carcamanes, vejestorios, chochos. Y peor aún, persisten e incluso se incrementan el maltrato, la explotación, los abusos, las burlas, contra los más vulnerables por su dependencia económica o sus limitaciones físicas. Hace unos años, el eminente luchador social y médico Roberto Vázquez Muñoz cuando recibió este mismo premio, decía en su discurso que la suerte de la mayoría de los viejos es el ser arrumbados, como trastos inservibles. Por esta realidad tan aciaga y sombría, hay que celebrar la existencia de organismos como GIRASOLES, empeñados en dignificar la vida de las personas longevas. Pocas labores altruistas son tan encomiables como la que realiza GIRASOLES.
En reivindicación de la senectud, diré que modernos estudios científicos muestran que el cerebro lejos de entrar en una etapa degenerativa está en condiciones de incrementar sus potencialidades. Por otra parte, entre más se asciende en la escalera de los años, se miran mayores extensiones del campo. Cada persona que uno conoce y cada relación que se construye o entabla, aun las fallidas, a lo largo de este fugaz tiempo en que estamos vivos, va dejando huellas, saberes de cosas que deben hacerse o evitarse, amores o sinsabores. Todos ellos contribuyen a ensanchar el panorama, en una especie de paradoja: vemos menos con los ojos de afuera, pero bastante mejor con los de la mente, en donde se han acumulado piezas de información en número infinito. Estas vivencias permiten advertir o adivinar recodos, precipicios o atolladeros. Sin la atalaya proporcionada por las décadas, es más probable que se nos oculten. Tal observatorio también sirve para descubrir una mejor convivencia, descartando del entorno a quienes empañan la vida y acercándose a quienes la enriquecen, de muy diversas maneras: con los buenos sentimientos, con las buenas razones, con los buenos modos, con las manos firmes para sostener la bandera de un principio altruista.
Las palabras de Cicerón en su clásico estudio sobre el tema corroboran estas aseveraciones: “Las grandes empresas no se realizan con la fuerza, con la agilidad y con la rapidez corporal sino con la prudencia, con el prestigio y con el entendimiento; cualidades de las que no suele estar privada la vejez, sino que, por el contrario, experimentan en ella un crecimiento”.
Introduciré ahora en esta comunicación un elemento que seguramente parecerá inusitado, pero, como se advertirá, en plena congruencia con la naturaleza de este acto. Me refiero a la vuelta a mis 17, como reza la bella canción de Violeta Parra.
Resulta que el 24 de marzo de 1963, a punto de cumplirlos, comencé a escribir lo que quiso ser un diario permanente. No llegué demasiado lejos, pero sí lo suficiente para comprender un cierto número de notas, de fechas salteadas desde aquel año hasta 1966. Afortunadamente conservé la vieja carpeta de argollas que contiene los escritos. Esta insólita salvaguardia me ha permitido cerrar un círculo entre dos etapas de mi larga existencia, separadas por casi seis décadas. Tal engarce, se realiza no sólo a través de la memoria, siempre débil o de la inventiva que completa los puntos oscuros de aquella, sino del documento, duro y firme, que permite recuperar los juicios, las intenciones, los proyectos y las ilusiones de la temprana juventud, tal cual se expresaron.
En aquellos tiempos, escribí sobre las incontables dudas que me atenazaban y también sobre las convicciones que gradualmente iba adquiriendo. Acostumbrado a escudriñar, como historiador, en papeles de archivos sobre hechos realizados por otras personas y en otras épocas, extrañamente camino cuesta arriba y hasta me angustio, cuando leo estas viejas páginas escritas con mala letra impresa, aunque con pocas faltas de ortografía gracias a las clases, entre otras, de las maestras Hayashi. Regresar a los pensamientos, tribulaciones e inseguridades del joven adolescente que fui y recorrer de nuevo, aunque ya sólo como un recuerdo, el pedregoso camino que me llevó a ser hombre adulto no es de pronto sencillo. Pasaron por mi pluma numerosos temas sobre los cuales medité.
Una de las cuestiones, recurrente y nunca abandonada fue aquella de la existencia de Dios. En torno a este complicado tránsito, escribí el 19 de noviembre de 1963 mis cavilaciones.
Vivía entonces en una casa de estudiantes en la calle «Libertad Chiquita», una angosta prolongación de la emblemática Libertad en la ciudad de Chihuahua, que desemboca en la calle 25. En la esquina cercana se encontraba el IRIS una tienda propiedad de españoles especializada en ultramarinos y además cafetería, que puso de moda fugazmente en la ciudad el «Root Beer». Una breve cuadra hacia el río Chuvíscar está la avenida Juárez, amplia y escuálidamente arbolada. Largas caminatas de ida y vuelta realizaba por las tardes-noches quebrándome la cabeza, para encontrar soluciones a problemas filosóficos más o menos insolubles.
Me preguntaba: Si Dios es el creador de todo lo existente, ¿También dio origen al tiempo y al espacio? Pero, el primero no se puede detener, pues cuando se pare, seguirá transcurriendo y el segundo no puede dejar de existir, pues ello no es siquiera imaginable, pues ¿Que habría más allá de los límites? Por necesidad más espacio. Entonces, concluía, al menos Dios no pudo crear el espacio y el tiempo, porque estos no son contingentes, es decir, es imposible que no existan. Luego, me quedaba el asunto de la materia. De ésta sí puede la imaginación concebir su ausencia, el vacío absoluto. Pero, otra vez el pero, el tiempo y el espacio sólo son imaginables o concebible a través de la materia, incluso cambian de acuerdo a la velocidad de los objetos, según la teoría de la relatividad que no entendía cabalmente, desde luego, pero que si me daba luz en estas cavilaciones. A partir de ellas, acabé también por abandonar el dogma de la divinidad, primero, de la visión antropomórfica de Dios, concebido a imagen y semejanza del hombre y después en sus variantes más elaboradas del panteismo y el deismo.
¿Qué es la verdad?, era otra cuestión que torturaba mi entendimiento. Sobre el asunto apunté lo siguiente: «…es tan difícil en la vida moderna pensar, nos estamos convirtiendo en elementos, en seres ocupadísimos en divertirnos, en trabajar, en ser rutinarios que perdemos nuestra inteligencia, nuestra imaginación. Todas las filosofías tienen razón en su época, o cuando menos una de varias contemporáneas es aceptada como la verdad por la mayoría, pero la estudia uno y se convence cada vez más de la relatividad de la verdad. ¿Cómo es posible, si existe por sí sola, única, no hay en toda la historia de la humanidad una unidad de opiniones acerca de nada? ¿Quién es pues (portador de) la verdad? ¡Nadie!… Solo existe la verdad relativa y esta es la única verdad»
Observaba y buscaba comprender a los personajes con quienes trataba, principalmente maestros, compañeros, funcionarios y políticos. Advertía en muchos de estos individuos la práctica del arribismo, el ahínco por encaramarse en posiciones o puestos públicos a toda costa y, empleando esa fórmula que ignoro de donde tomé, quizá de las Fábulas de Esopo, a quien leía con frecuencia, de aconsejar a terceros indefinidos, cuando en realidad eran especie de recomendaciones para mi propia persona, escribí el 18 de noviembre de 1964: «No seáis tampoco ambiciosos impacientes…, tened calma y vuestras ambiciones se realizarán. Deseadlas, pero amad el verdadero fondo de vuestras acciones, gozad con ese gozo infinito que nos proporciona el deber cumplido. …no os lancéis sobre la sociedad como ladrones de beneficios »
No sabía gran cosa de sistemas económicos y políticos. Sin embargo, el 7 de septiembre de 1963, después de escarbarle hasta donde pude al asunto, escribí: «…estoy cada vez más convencido del socialismo, en el sentido de que veo en este sistema el único capaz de hacer de nuestra patria un pueblo feliz y progresista. Nuestra caduca democracia, aunque incipiente y mal construida es ya un sistema decadente, el pueblo debe tomar las riendas del gobierno, efectivamente no solo en teoría…»
Un ejemplo de estas ideas torales que han orientado mis ya largos años, la expresé el cinco de mayo de 1964: «…en esta vida hay que tomar partido por algo siempre, el que no emite juicios, el que no opina, el que no actúa, es un mediocre, un ignorado del mundo»
Pensaba entonces sobre la forja de las identidades: «Se dice que es en esta edad en la que yo vivo, en donde se define el hombre, creo que es verdad, pues cuando menos es en el paso de la adolescencia a la juventud cuando el hombre presenta las características esenciales que su personalidad desarrollará en el futuro, aunque con cambios puramente formales, sin variar el fondo, el carácter».
Tal vez tenía razón ese agobiado y al mismo tiempo fiestero muchacho que fui, cuando escribía que los distintivos esenciales de la vida se labran justo entre los 16 y los 20 años, pues con asombro constato, que no he modificado mucho las ideas-madres de las cuales me apropié en esa fase de mi existencia, ciertamente fincadas en buena medida en enseñanzas y ejemplos venidos de mi familia, en especial de mi padre, fallecido pocos años antes.
También tiene su origen en aquel tramo, la afición y la dedicación a la carpintería, el otro de mis oficios.
Existen desde luego obvias mutaciones, entre ellas la pérdida de la ingenuidad y de la angustia por vislumbrar algo del futuro, por cuanto hace a decisiones y rumbos fundamentales, como son la carrera profesional, las militancias políticas, el matrimonio, los hijos, el lugar de residencia, etcétera. Por lo demás, el resto permanece. No han cesado, por ejemplo, ni por un instante las ansias de saber, las de conocer paisajes, personas, historias, naturalezas. Apenas unos pocos de estos crecientes anhelos he podido satisfacer.
Durante 51 años fui profesor universitario y me sumergí cada semestre en el mismo río que arrastra las generaciones, aunque en diferentes aguas. No imaginaba en aquellos lejanos 17 abriles, que estaría tan cerca de miles de jóvenes, en Chihuahua, en la ciudad de México, en Chapingo, en Puebla, en El Paso, en mi querida Ciudad Juárez, con similares inquietudes, a las que ahora regreso para entenderme mejor.
Termino con las palabras intimidantes y provocadoras de Bertrand Russell: «Algunas personas ancianas están oprimidas por el miedo a la muerte. Durante la juventud, este sentimiento está justificado… Pero, en un anciano, que ha conocido las alegrías y las tristezas humanas, que ha terminado la obra que le cabía hacer, el temor a la muerte es algo abyecto e innoble.”
No he sentido hasta hoy zozobra o tribulación alguna por la muerte. Tal vez el trabajo me ha salvado de estas aflicciones, pues padezco del mismo mal contraído por aquel jesuita cuyo nombre no recuerdo, quien después de la expulsión de su orden de los dominios imperiales españoles, ocurrida en 1767, se dedicó a juntar tantos materiales para escribir, como si fuera a vivir 150 años, según le hacía ver con ironía alguno de sus colegas.
En fin, puedo repetir ahora, recibiendo esta acreditada presea, el título puesto por Pablo Neruda a su autobiografía, guardando las proporciones y sin la imaginación desgranada por el poeta en sus recuerdos: «Confieso que he vivido»